Qué
reflexión buena deja la historia: el ambicioso Hernán Cortés, cuando llegó a lo que hoy es Veracruz en México, tuvo que enfrentar
con 500 soldados a miles aborígenes, inmediatamente hizo quemar las naves, no le dejaba alternativa, entonces transformó su
conquista en vencer o morir. Esta narración es el factor decisivo. La fe cuenta con el medio más poderoso para ganar, la defensa
de los grandes preceptos; entonces, o se tiene verdaderamente fe, o sólo es un “parecer” la creencia en Dios.
Tengamos esperanza, pero sepamos que sin lucha no hay triunfo ni salida, ni pedir al Señor que actúe sin poner nada de nuestra
parte. Se emprende una tarea que tal vez resulte superior a nuestras fuerzas. El tremendo caos moral de la dirigencia,
el peligroso impulso de las pasiones desatadas, así como la desenfrenada carrera de ambiciones, nos mueven a afrontarla con
ánimo sereno, pero convengamos que si no se proponen medidas concretas y pautas realizables, volverán los personeros de la
codicia y de la infamia. En 1928 llegó a nuestra patria un gran pensador y agudo analista que observaba el comportamiento
argentino. Este epistemólogo fue Ortega y Gasset, quien eligió a Buenos Aires para ser el lugar de lanzamiento de “La
rebelión de las masas”. El filósofo español sostiene en su libro “que los argentinos padecemos de un mal cuasi
endémico, que mientras a la mitad de los argentinos nos preocupaban las cosas, no nos ocupábamos de ellas, y que la otra mitad
se ocupaba de las cosas, pero no se preocupaba”. De allí su célebre frase: “Argentinos, a las cosas”. Ahora
en Argentina hay colisión entre ambiciosos sin límites que pugnan por el poder y han relegado al último grado las ideas;
porque de principios carecen. Nada más peligroso que esta posición suicida. Al desconocer la realidad, se anula la previsión
y es lógico que a su término se encuentren la desesperación y la anarquía. Debemos confiar en nuestras fuerzas para marchar
resuelta y serenamente hacia el destino, enfrentándolo y comprendiéndolo. ¿Qué será de cada ciudadano, si permitimos que los
incompetentes tomen el timón en la tempestad? La mayor parte de los fracasos políticos se ha debido a la ausencia de conocimiento
relativo a la finalidad que se perseguía. Y tales fracasos condujeron a más de un pueblo al descreimiento y la desesperación.
La crisis política que aqueja se debe, entre otras cosas, a la desorientación ideológica y a la indiferencia de muchos ciudadanos
con determinada representatividad que no quieren comprometerse. La confusión y la falta de educación han sido las más
potentes aliadas de los inicuos gobernantes. Cuando en Roma algunos césares le daban al pueblo pan y circo, porque era ésa
la medida, aquí ni siquiera le dieron esos atroces basamentos. Se debe analizar a Nerón, personaje nefasto. Hombre conocido
por su crueldad, su cinismo y su diabólica forma de gobernar. Fue uno de los más grandes y perversos emperadores de todos
los tiempos. Su maldad no tuvo límites.
Los tiempos de Nerón En los tiempos
del déspota era un tremendo caos político. Fueron décadas de oprobio, mucho antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo;
Roma vivía en el más completo de los desórdenes. Los emperadores se sucedían, y casi nunca por méritos propios ni por la voluntad
del pueblo. Eran tiempos muy parecidos a los que hoy vivimos. La corrupción se veía por doquier. Los poderosos llegaban a
gobernar gracias a intrigas, incestos, fraudes y asesinatos. La prostitución, la homosexualidad, el lesbianismo, en fin,
la decadencia moral, era considerada “correcta”. Nadie daba un denario por el futuro del Imperio Romano. La incompetencia
era lo natural. La corrupción, el entreguismo, la pobreza y la humillación eran el común denominador. En Roma había mucha
gente desocupada que tenía horas de tiempo libre. Una manera de mantener el orden y de que los ociosos no promovieran revueltas
espontáneas era ofrecer espectáculos. Y al mismo tiempo, entregar a todo el que lo necesitase la llamada “annona”,
es decir, un reparto también gratuito de trigo y algún otro artículo de primera necesidad. “Panem et circenses”
no es otra cosa que pan y circo, alimento y diversión. Esta expresión fue de Juvenal y la aplicó con rigor Trajano.
La propuesta Los medios de comunicación deben pasar a ser los verdaderos centros de evaluación
y valoración; la estructura eclesiástica deberá poner su cuota de equilibrio, pero comprometerse como lo hicieron los pontífices
desde Juan XXIII con sus encíclicas Pacen in Terris y Mater et Magistra, Pablo VI, con su Populorum Progressio y otras, Juan
Pablo II, con varias pastorales clave, que dejaron su visión sacra para darle profundidad científica a la evaluación metodológica;
hablando con claridad, sin eufemismos. Los diarios, las radios, los canales de televisión, las entidades civiles, deben esclarecer
como aporte fundamental, tienen la obligación de confrontar a los distintos “personajes” que se postulan para
debatir en público. Hay veces en que me sobrepasa la fe, creo fervientemente en el género humano contra toda desesperanza,
estemos seguros en Dios. No importa el credo que se profese. Busquemos la alineación detrás de quien verdaderamente ofrezca
capacidad, honorabilidad, y vocación de servicio.
Analicemos
el pensamiento de Berthol Brecht: Primero vinieron por los comunistas, y yo no dije nada porque
yo no era un comunista. Luego se llevaron a los judíos, y no dije nada porque yo no era un judío. Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista. Luego se metieron con los católicos, y no dije nada porque yo era
protestante. Y cuando finalmente vinieron por mí no quedaba nadie para protestar.
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